Reseña de 'Amor, blanco roto'


Amor, blanco roto
 
Hay relatos que pasan inadvertivos ante nuestros ojos; pero otros nos envuelven en un halo caleidóscópico y nos abren el camino de la reflexión y de la inquietud. Un camino machadiano, un camino blanco, un camino polvoriento como el que recorren los protagonistas de la novela Imán, de Ramón J. Sender, tío de la escritora y profesora Chusa Garcés, que acaba de publicar su libro de relatos Amor, blanco roto.
El segundo libro de la autora oscense, que forma parte de la trilogía del color, iniciada en 2012 con Las pérdidas rojas, nos adentra en un mundo blanco, en el que el deseo es un motor y el erotismo y el sexo se convierten en ingredientes que nos alejan momentáneamente del dolor, de la soledad y de la muerte. 
La prosa de Chusa Garcés es cadenciosa, envolvente, deliberadamente poética. Sus metáforas nos presentan barreras insalvables que se transforman en algo roto. Porque en sus relatos se rompen las ilusiones de una relación amorosa frustrada, se rompe el hechizo de la soledad, se rompe el sabor agridulce de los veranos y se rompe una trayectoria vital aparentemente prometedora y exitosa. Todo ello aderezado con excelentes sinestesias y con un inusual cromatismo. 
La autora utiliza con maestría un entramado metaficcional y de la mano de Angélica Grossman, su alter ego, convierte en realidad las ensoñaciones y fantasías. "El cielo es una puerta blanca que da acceso al universo", afirma en su relato "Coitus interruptus". Y es esa puerta blanca la que anticipa vivencias plasmadas en relatos con finales abruptos, como el que da título al libro. En "La historia de amor más breve jamás contada" nos acerca al enamoramiento virtual, tan presente en los últimos años, y sintetiza sus emociones en una explícita reflexión existencial: "Así es la vida, un camino de búsqueda incesante para no morir de deseo o de soledad". 
De la mano de Chusa —o de su alter ego— revivimos los veranos anodinos de la adolescencia, las inquietudes y el desasosiego de las largas esperas en aeropuertos fantasmagóricos, la soledad de los hoteles de Lisboa, el alejamiento de la ciudad, las ausencias de los seres queridos, las heridas de una sociedad dominada por el capitalismo, las insatisfacciones del amor, el erotismo como experiencia fugaz y el sexo como oscura vía de escape. Porque en Amor, blanco roto se nos presenta la vida como inquieta esperanza, como vana ilusión, como búsqueda incesante de un no sé qué secreto y misterioso.
Comenté con la autora el pasado día 20, día de la presentación del libro en Zaragoza, la tenue frontera que existe entre la poesía y el relato breve. Ambos condensan emociones, adensan sentimientos y ofrecen retazos de vida. Una vida que se manifiesta desde dentro, desde lo más profundo, con esa primera persona envolvente, con esos guiños al lector, con esos vaivenes cromáticos entre la realidad y la ficción. He disfrutado con la lectura y relectura de estos relatos. Y espero ilusionado la nueva entrega de la trilogía de una escritora que ha iniciado una andadura prometedora.