El poeta Juan José Parcero reseña Cuentos detrás de la puerta, el libro de relatos de Begoña Abad:
Tras un lunes y un martes griposos, de reposo
dictado por la doctora, puedo editar esta reseña, una vez he traspasado
ya el umbral que la poeta riojana Begoña Abad nos ofrece en su volumen de relatos Cuentos detrás de la puerta, otro acierto de la zaragozana Pregunta Ediciones.
Se trata de un conjunto de relatos que me han permitido ver el mundo desde la perspectiva de lo cotidiano, de la autenticidad de quien mira desde ese rincón propio y a menudo desapercibido. He recordado con ello la reivindicación de Virginia Woolf y de tantas otras escritoras, que planteaban (y que desgraciadamente, todavía hoy tienen que plantear) la necesidad de un espacio identitario, de una atalaya para seguir elaborando sus obras como mujeres, para crear y mantener viva la chispa de lo ordinario y lo extraordinario.
La autora desgrana en relatos de una gran diversidad en cuanto a la longitud, pero también en lo formal, abarcando desde lo más narrativo hasta lo más poético, desplegando las herramientas propias de quien imaginamos tuvo mucho tiempo para repasar mil veces y reescribir hasta lo incontable en una mesa de cocina, entre recetarios y aderezando con el mismo cariño que empleó para criar a unos hijos, como lo haría así mismo entre días monótonos o en otros brillantes momentos de inspiración.
Emocionan los personajes aparentemente más sencillos. Asistimos a la resolución de conflictos (o no), a la desordenada calidez de lo común, de lo corriente, de unas vacaciones que podrían ser las de cualquiera, de un fluir del río de nuestras vidas, de una plaza como la de nuestra infancia, de una sensibilidad que ensancha el horizonte y se nos muestra en canal, sin aspavientos.
No, no es una obra llamativamente ultramoderna, no se nos desafía a entenderla, no se pretende lo impretendible; y por el contrario, sí se rehúye lo pretencioso, es como esa poesía que realmente está vivida, ese umbral que traspasar para sentir que llegamos a alguna parte…
Se trata de un conjunto de relatos que me han permitido ver el mundo desde la perspectiva de lo cotidiano, de la autenticidad de quien mira desde ese rincón propio y a menudo desapercibido. He recordado con ello la reivindicación de Virginia Woolf y de tantas otras escritoras, que planteaban (y que desgraciadamente, todavía hoy tienen que plantear) la necesidad de un espacio identitario, de una atalaya para seguir elaborando sus obras como mujeres, para crear y mantener viva la chispa de lo ordinario y lo extraordinario.
La autora desgrana en relatos de una gran diversidad en cuanto a la longitud, pero también en lo formal, abarcando desde lo más narrativo hasta lo más poético, desplegando las herramientas propias de quien imaginamos tuvo mucho tiempo para repasar mil veces y reescribir hasta lo incontable en una mesa de cocina, entre recetarios y aderezando con el mismo cariño que empleó para criar a unos hijos, como lo haría así mismo entre días monótonos o en otros brillantes momentos de inspiración.
Emocionan los personajes aparentemente más sencillos. Asistimos a la resolución de conflictos (o no), a la desordenada calidez de lo común, de lo corriente, de unas vacaciones que podrían ser las de cualquiera, de un fluir del río de nuestras vidas, de una plaza como la de nuestra infancia, de una sensibilidad que ensancha el horizonte y se nos muestra en canal, sin aspavientos.
No, no es una obra llamativamente ultramoderna, no se nos desafía a entenderla, no se pretende lo impretendible; y por el contrario, sí se rehúye lo pretencioso, es como esa poesía que realmente está vivida, ese umbral que traspasar para sentir que llegamos a alguna parte…