El editor y traductor Albert Lázaro-Tinaut publica en su blog Transúnte en pos del norte una reseña de Verde mar del norte, la primera novela de Clara Castán Ibarz, publicada en Pregunta. Se puede leer en este enlace y a continuación:
El transeúnte advierte que esto no es una
reseña, o al menos una reseña al uso, sino una apreciación personal y subjetiva,
apoyada en algunas muletas, de Verde mar
del norte [1], opera prima de Clara Castán Ibarz (Huesca, 1991),
quien ha admitido que cada lector hará su interpretación de la obra,
caracterizada
por una escritura fragmentaria y lapidaria en la que la autora se ha
vaciado
por dentro, como señaló Óscar Sipán al
presentar el libro. Este transeúnte se atreve incluso a afirmar que cada
capítulo se puede leer independientemente de los demás, como si de un relato
breve se tratara, al modo –salvando distancias, por muchas razones, y sobre
todo la intención– de Rayuela, la
famosa “contranovela” de Cortázar (¿por qué será que se le ocurre, de repente,
cierta relación entre esta y aquella obra?).
Hace más de medio año que al transeúnte le obsesiona
este libro, desde que lo leyó por primera vez, a trompicones, durante un viaje.
Y lo ha vuelto a leer dos más, y mantiene sus dudas al querer clasificarlo cabalmente
entre los géneros de la prosa literaria. Porque Verde mar del norte ¿se puede considerar realmente una novela? Y si
lo es, ¿entraría en el género de la novela epistolar? Sí y no, como explicará.
Antes de entrar
en el contenido del libro,
permitidle a este transeúnte que refiera un par de ideas que le
acudieron a la
mente desde que conoció el título, cuando lo anunció la prometedora
editorial zaragozana Pregunta, detrás de la cual hallamos la contundente
respuesta de una intrépida y entusiasta pareja que, ante (y pese a) las
dificultades del momento, se lanzó hace unos cuatro años a una
arriesgada aventura que ha prosperado y se ha enriquecido
(literariamente, claro)
gracias a su envidiable tenacidad.
Lo primero que le pasó por la cabeza al transeúnte fue
una relación de parentesco entre ese título y el de uno de los libros que mejor
recuerdo le han dejado: Verde acqua,
de Marisa Madieri [2], la
escritora italiana nacida y criada en Fiume, aquella ciudad adriática que había
pertenecido al Imperio austrohúngaro donde se hablaba italiano, croata,
húngaro, alemán y el dialecto istriano, que después de la segunda guerra
mundial quedó integrada en Yugoslavia con el nombre de Rijeka y ahora es el
puerto más activo de Croacia. Relación instintiva que se disolvió como un
azucarillo en cuanto se zambulló en la lectura del libro de Clara Castán,
porque aunque algo tengan en común (recuerdos cromáticos de infancia: para
Madieri “verde agua” era el color de un vestido; para Clara, “verde mar del
norte” el de un coche familiar), el contenido y el estilo de las obras distan
años luz.
Lo segundo es que, después de leer los primeros
capítulos, en el recuerdo del transeúnte apareció una sombra que le hizo
retroceder a su ya bastante lejana infancia en la Barcelona gris y humillada de
los primeros años cincuenta. No se han borrado de su memoria visual unas
plaquitas fijadas a la madera del interior de los tranvías: en unas decía
“Prohibido escupir” y en otras, “Prohibida la blasfemia y la palabra soez”.
Supo pronto lo que era la blasfemia por lo que un cura de enhiesta enjutez
explicaba en las clases de religión, pero tardó años en comprender qué
significa soez.
Verde mar del
norte, en aquel contexto, hubiera sido considerado un libro soez y, en cierto
modo, blasfemo en términos morales, absolutamente repudiable e impublicable.
Clara Castán no se reprime en ningún momento y utiliza libre y espontáneamente
un lenguaje “vulgar” –por volver de alguna manera, terminológicamente, al contexto,
incluso de hace muy pocas décadas– en una serie de cartas, no queda claro a
primera vista si reales o ficticias, que escribe y recibe la protagonista. El
uso del mismo registro lingüístico en unas y otras lleva a deducir pronto que
todas son fruto de la misma mano, es decir, que la protagonista escribe a dos
supuestos examantes suyos y luego se pone en el lugar de cada uno de ellos para
responderse a sí misma (de ahí el dilema del transeúnte sobre lo que debe
entenderse por literatura epistolar). Así pues, las voces del imaginario
triángulo amoroso acaban siendo, por una parte, un delirante soliloquio, y por
otra, como se va descubriendo a medida que se avanza en la lectura, la
evidencia de un doble desamor fracasado en el que incluso se producen (supuestos
o deseados) encuentros físicos entre los personajes.
En ningún
momento la autora revela datos de esos
personajes: ni edad, ni procedencia geográfica o social, ni historia
civil… Son seres anónimos cuyas vivencias, en el libro, se centran
principalmente en
lo mejor y lo peor de las relaciones amorosas, en la “suciedad” de las
pasiones, en su ternura a veces y, a menudo, en su
agresividad y sus resentimientos y, sobre todo, en sus fracasos personales. Sin olvidar, por supuesto, el indudable trasfondo de
nostalgia de la protagonista.
Antón
Castro definió en poquísimas palabras este libro, en las páginas del Heraldo de Aragón, como “una novela
experimental y poética, turbulenta, a veces con ecos de Duras y otras de
Bukowski, en torno a los amores intensos, desgarradores y peligrosos, con
cierta crudeza sexual, y vivida a tres bandas”. En cuanto a las influencias
literarias, la autora parece dudar con respecto a la Marguerite Duras y ha citado, en cambio, La insoportable levedad del ser, de
Milan Kundera.
Por su parte, en el mismo diario zaragozano Ángel Petisme escribió
una excelente reseña crítica titulada “Mundo líquido y desamor”, en la que
empieza hablando de su primera reacción al comenzar la lectura: la de que se
“estaba metiendo en un gran Maelstrom emocional, el remolino succionador de la
corriente de marea más fuerte del mundo en Noruega”. Es difícil describir con
más contundencia y efectividad esa sensación. Añade que “Clara Castán en su
ópera prima apuesta valiente y honestamente por sí misma, por su adicción a la
escritura sin concesiones ni imposturas”. Y opina que Verde mar del norte “es una ‘nouvelle’, una novela corta excelente,
llena de fuerza, cruda, carnal, con muchos registros. Poética y sucia a la vez,
violenta y tierna”. Acto seguido apunta a lo que el transeúnte ha dicho más
arriba: “Me acordé de Natalia Ginzburg
–curioso, otra escritora italiana– y su novela epistolar Caro Michele, donde todos escriben pero es claro un cierto nivel de
monologuismo donde nadie parece comunicarse verdaderamente con nadie”.
Petisme va más allá y llega a una conclusión
sociológica: “Eso me lleva al presente, tecnológicamente analfabeto, a la
decadencia más absoluta de la palabra y por tanto al empobrecimiento del modo
de pensar, en que estamos habituados a la comunicación instantánea”. Quizá la
inmersión en ese “mundo líquido” que tan sabiamente nos ha revelado Zygmunt Bauman tenga que ver con el hecho de que Clara Castán estudie Filosofía Pura…
Tanto Antón Castro como Ángel Petisme aluden a los
aspectos poéticos de esta obra que, sinceramente, este transeúnte no supo
apreciar hasta su tercera lectura, absorbido como estaba por la atención que
requiere no perderse en la abstracción y el ritmo del pensamiento de la
protagonista, y no despistarse a la hora de saber quién es el personaje al que
escribe o del que (supuestamente) recibe cada carta.
Algo tendrá el
agua cuando la bendicen, según el dicho
popular; algo tendrá esta obra cuando invita a leerla hasta tres veces,
lo cual
no significa que este transeúnte haya acabado de captar su intención
última, si la hay, más allá de una legítima y valiente provocación
literaria. Ángel
Petisme, sin embargo, da una clave que el lector no debe perder de
vista: “Verde mar del norte es el
lugar donde escapar, el paraíso, el lugar donde estábamos bien y sin preocupaciones
ni miedos. Y esa pérdida, el paso de la infancia y la adolescencia a la edad
adulta, se traduce en diferentes cromatismos. Hay veces que no existe el ‘verde
mar del norte’, simplemente el mundo es gris”.
[1] Clara Castán Ibarz: Verde mar del norte. Pregunta Ediciones, Zaragoza, 2015.
[2] Se encuentra en
traducción castellana de Valeria Bergalli (Verde
agua) y catalana, a cargo de Marta Hernández (Verd aigua), publicadas ambas versiones por Editorial Minúscula de
Barcelona el año 2010.