Este lunes, 4 de diciembre, el diario El Mundo publicaba un artículo de Luis Martínez sobre Marcelino Orbés, en el que desgrana la vida y logros del payaso y entrevista a Víctor Casanova Abós. Casanova es el autor del libro Marcelino. Muerte y vida de un payaso (Pregunta) y uno de los comisarios de la gran exposición retrospectiva que se puede visitar en la Diputación Provincial de Huesca hasta el 25 de febrero.
Podéis leerlo en este enlace y a continuación:
Marcelino, gloria y muerte de un 'clown' triste de Jaca
LUIS MARTÍNEZ Madrid 4 dic. 2017 09:46
Marcelino Orbés Casanova fue la figura más importante del mundo del espectáculo a principios del siglo XX. Sus logros en Londres y Nueva York hicieron de él el mejor payaso del mundo
Ahora, un libro y una exposición recuperan su legado
Un payaso que se suicida es como la embarazada en el cementerio que
imaginara Cioran. No es tanto un contrasentido, que también, como una
provocación. Eso o, a fuerza de repetido, ya un lugar común. Si la
manera de medir la felicidad es la cantidad de felicidad provocada,
Marcelino fue el hombre más feliz del mundo. Cuando la madrugada del 5
de noviembre de 1927 se descerrajó un tiro en la cabeza, su cuerpo quedó
de rodillas sobre la cama del hotel Mansfield de Nueva York como herida
y testigo de la mayor de las tristezas. Marcelino nació en Jaca con el
nombre de Marcelino Orbés Casanova en 1873 (como
demostró el periodista Mariano García); Marcelino deslumbró a reyes en
Londres e hizo reír a multitudes en Nueva York; Marcelino inspiró a Chaplin, enseñó el camino a Buster Keaton
y hasta alguna lección se atrevió a dar a un bisoño Cary Grant;
Marcelino, señoras y señores, fue el mayor payaso del mundo, el más
gracioso, el más triste, el más vulnerable, el más, y esto es lo grave,
olvidado.
Pues bien para combatir la desmemoria, el libro firmado por Víctor Casanova Abós Muerte y vida de un payaso
(Pregunta) y una exposición en la Diputación Provincial de Huesca
conmemoran la gracia de una vida vivida. Nada más. Hasta el agotamiento,
hasta la última de las carcajadas. "Marcelino fue un ser excepcional en
un tiempo excepcional. Hablamos del nacimiento del entretenimiento de
masas justo antes de la aparición del cine. Los periódicos no se
limitaban a relatar sus éxitos, también contaban hasta cuándo y dónde se
iba de vacaciones. Ése era el tamaño de su fama", comenta Casanova. El
Hippodrome de Nueva York fue el teatro más grande del mundo y se
inauguró en Manhattan en 1905. Y allí, los modales minimalistas de un
hombre torpe con la cara pintada de blanco conmovieron a todos y cada
uno de los que poco después caerían seducidos de figuras como Charlot.
Reconstruir su vida se antoja una labor tan descomunal como
imaginativa. Además de imposible. Él mismo se encargó de sepultar sus
huellas debajo de una gruesa capa de maquillaje. Puro mito. Eso es un
payaso: la máscara que esconde cada una de sus cicatrices, que también
son nuestras, detrás de una de la ficción y el sueño. Contaba él mismo
que prácticamente nació en un circo y que de niño se quedó dormido al
lado de un león. El payaso que le rescató selló su destino. También le
gustaba referir la dudosa hazaña de haber matado a un espectador tras
una acrobacia fuera de sitio. Y si el plumilla aguantaba podría escuchar
el improbable secreto de su identidad: él en verdad era un príncipe
búlgaro del que vivía enamorada una noble persa. Y así.
"Él fue", sigue Casanova, "uno de los primeros que, como el mago Houdini, entendió el verdadero sentido de la publicidad.
Por eso inventaba todas esas historias que los periódicos reproducían
con una candidez y fidelidad sorprendente". Sea como sea, su dominio
sobre el escenario fue absoluto. E incontestable. Sus números se basaban
en vestir a la sencillez de torpeza para enseñar del alma humana algo
tan evidente como su vulnerabilidad. Y ahí, en efecto, niños y adultos,
cultivados e ignorantes, cabemos todos. "Tenía una conexión con los
niños increíble. La mayor de sus penas fue no haber tenido hijos. Su
secreto consistía en enseñar sus heridas, en mostrarse vulnerable",
insiste Casanova.
Y así, de éxito en éxito hasta, lo han adivinado, el mayor de los fracasos. Marcelino no supo adaptarse al cine.
Hizo apenas dos películas cortas. De una no se sabe más que existió y
de la otra (un gran hallazgo de su biógrafo en la Biblioteca del
Congreso de EEUU) se conservan apenas cinco segundos. "Él estaba
convencido, y eso era muy del espíritu de la época, que no tenía que
cambiar nada de su espectáculo. Si las cosas funcionaban que siguieran
como estaban". Y de la inmovilidad, la desesperación. Intentó varios
negocios que no salieron. Su estrella se apaga y en soledad, sin hijos,
divorciado y siempre lejos del ruido de la farándula, se refugia en un
pasado que ya no da para más futuro. Con 55 años se suicida. Su muerte
es portada del New York Times. De nuevo, la gloria. Tan triste. El más
paradójico de los finales: un payaso que se suicida.