El poeta y crítico literario José Luis Morante publica en su blog Puentes de papel una reseña sobre La experiencia de la poesía, el libro que reúne la poética y los manifiestos de Ángel Guinda editado en Pregunta. Podéis leerla en este enlace y a continuación:
PROSPECCIONES
Pocas
aseveraciones me han convulsionado tanto, en torno al misterio de la creación
poética, como la formulada por Eloy Sánchez Rosillo, al dar una conferencia en
el ciclo Poesía y poética de la Fundación Juan March de Madrid. Fue en
2005 y el poeta abría su disertación con la siguiente frase: “Yo no tengo
teorías, tengo poemas”. El postulado evitaba más digresiones en torno al taller
literario y resumía una filosofía teórica de grado cero sobre la razón del
poema. El poema se justifica a sí mismo; no precisa ningún epitelio conceptual.
Además contradecía de raíz mi propio pensamiento crítico en torno a la
creación, porque desde hace casi tres décadas conviven en mi forma de entender
el hecho literario la poesía y la crítica, como facetas complementarias y
expresiones de un Jano bifronte y convivencial.
Así
que el título La experiencia de la poesía
de Ángel Guinda (Zaragoza, 1948), autor de una extensa obra poética, de algunos
ensayos y de un amplio compendio aforístico, llamó mi atención de inmediato.
Sigo defendiendo que escribir poesía es un acto autónomo, pero nunca aleatorio
ni circunstancial; por tanto requiere una autorreflexión que ayude a conocer su
densidad matérica, sus especulaciones argumentales y sus linderos expresivos.
Así
lo entiende también el poeta Ángel Guinda que aglutina en el breve libro la experiencia de la poesía un conjunto
de textos muy personales en los que recopila su mapa poético, yuxtaponiendo los manifiestos “Arquitextura”,
“Poesía y subversión”, “Y poesía ni contracultura, junto a otros dos ensayos
breves que ahora se publican por primera vez “Defensa de la dignidad poética” y
“Emocionantismo”.
Al adentrarse en el didactismo teórico
de Ángel Guinda se percibe de inmediato la diversidad de perspectivas. Así,
“Arquitextura”, subtitulado “Apuntes para una poética” recoge fragmentos
aforísticos escritos entre 1980 y 2015.
Es sabido que el aforismo no se encuadra nunca en una única definición del
género, pero los textos integrados en este libro optan por la frase limpia,
despejada, directa, que busca su eficacia en el destello comunicativo y en la
precisión semántica. Sirvan como referentes algunos ejemplos al paso: “Las
palabras son semillas cargadas con el silencio de los mundos”, “El arte está a
mitad de camino entre la rebelión y la revelación”, “La palabra es un ser
vivo”, “Escribir es reconocerse en lo desconocido”, “La inspiración, ese
trallazo de luz en las tinieblas de la inteligencia”.
Más cercano en el tiempo y por tanto con postulados recientes –el autor
lo fecha en 2016- el texto “Emocionantismo” alterna el formato parónimo y
lapidario de la frase breve con anotaciones reflexivas que admiten un mayor
calado en el hilo argumental; de este modo, se adhieren al contexto central del
lenguaje otras teselas como el poder, las circunvoluciones del sistema o el
mercado; son adherencias reflexivas que dan a lo metaliterario una dimensión
sociológica, siempre necesaria en el contexto de una realidad actual, rala,
inocua y abrasiva.
Las notas de “Defensa de la dignidad poética”, apuntes de 2014, persiguen la autoidentificación e
independencia del quehacer escritural ante los intereses extraliterarios. Visualizan
además la geografía interior del poema para localizar incisiones gravosas que
dañan las funciones básicas, la experiencia fusionada de estética y recorrido gnómico.
Entiendo las premisas reunidas en “Poesía violencia”, manifiesto de
2012, como un alegato contra el conformismo; más allá de incitar a demoliciones
dinamiteras, los pensamientos de Guinda rechazan la asepsia textual de los que
solo ven el vivir por inercia como una función inevitable de la existencia. Si
los tiempos del presente venden sucedáneos pragmáticos que causan la debilidad del pensamiento, la
violencia creativa, entendida ésta como búsqueda y acción del ser frente a la
nada, como principio activo de la palabra.
La utilidad de la poesía ha generado en el tiempo un flujo discursivo
interminable, proclive a la interpretación diversa; es un debate clásico que
actualiza la vigencia del pensamiento platónico y perdura en el hoy, un ahora
pragmático, conformista y caótico, que busca argumentos sobre el rol de la
poesía, más allá de sus méritos estéticos. Ángel Guinda añadía en el cierre de
siglo su enfoque sobre la cuestión con un puñado de aforismos en los que el
sentir pesimista era la atmósfera natural. En desacuerdo con la poesía de la
experiencia, movimiento en plena pujanza en los años noventa, Guinda componía
un nihilismo enunciativo que contradecía aquella situación vertebrada desde un
monopolio estético reductor. Defendía una poesía útil que además de objeto de
belleza fuese también brújula ética y rehabilitara la imaginación, la
sensibilidad y la razón crítica.
También latente una mirada sombría en el manifiesto de 1985 “Y poesía ni contracultura. Curriculum mortis”, un empeño
autocrítico que desgaja el ser poético de lo cotidiano; de ese estar en la
intemperie nace una nueva necesidad de ser y una invitación al compromiso en la
tarea de conocerse y reconocerse en una dermis humanista que conmueva, active y
revitalice la conciencia.
La experiencia de la poesía,
contradiciendo una cronología natural que hubiese dejado ante el lector el
trazo evolutivo de esta indagación teórica de Ángel Guinda, se cierra con la
proclama más temprana, fechada en 1978, en plena intrahistoria constitucional.
Los fragmentos de “Poesía y subversión” hacen de la poesía una expresión del
vivir. Escribir es una actitud ante la vida, una celebración de la belleza y de
la libertad que convierte al sujeto verbal en un protagonista activo del
entorno cultural.
En su Hiperión, Friedrich
Hölderlin, con verbo pesimista y desajustado, anunciaba que “el hombre es un
dios cuando sueña y un mendigo cundo reflexiona”; Ángel Guinda convierte su
reflexión en un espacio cómplice en el que anidan, junto a las raíces de la
propia creación, esas incertidumbres permanentes que funcionan como impulsos
creativos y pautas que resisten la arbitrariedad del tiempo. La experiencia de la poesía es una forma
de entender el mundo y entenderse a sí mismo, un esbozo, una prospección, una
respuesta no hallada que pugna por definirse en el magma informe de un poema no
escrito.