El último número de la Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, editada por el CSIC, publica, en su sección 'Notas de libros', una reseña de Olatz González Abrisketa, profesora de la Universidad del País Vasco, sobre Diario de campo de un psicólogo en un club de fútbol, el libro del antropólogo Luis Cantarero que editamos en Pregunta. Podéis leerla en este enlace o a continuación:
CANTARERO, Luis: Diario de Campo de un psicólogo en un club de fútbol (Zaragoza, Pregunta ediciones, 2017), 430 pp.
Luis Cantarero ha publicado en 2017 el que fuera su diario de campo durante los años que ejerció como psicólogo en el club de fútbol del Real Zaragoza. Entre 2006 y 2014, Cantarero ocupó un puesto en la estructura del club, atendiendo principalmente las necesidades del fútbol base, aunque con varias incursiones también en las dinámicas de entrenamiento y competición del primer equipo. Desde una posición siempre precaria, sin oficina, con una retribución sujeta a los caprichos de los directivos y en una permanente búsqueda de reconocimiento frente a la falta de referentes y el intrusismo, el psicólogo se empeña en mantener un perfil activo y siempre presente en el club. Acude a diario a los entrenamientos, sigue los partidos, viaja con los equipos, organiza charlas y eventos y atiende los requerimientos de padres, jugadores y entrenadores. Sin un lugar ni físico ni de atribuciones delimitadas desde el que ser identificado, el psicólogo adopta el proceder inseguro y errante del antropólogo. Esta tensión disciplinar, presente en la propia formación y recorrido profesional del autor, ofrece en mi opinión las que son las mayores aportaciones y también las más claras debilidades de la propuesta de Cantarero.
Empezando por estas últimas, podemos decir que si el antropólogo estuvo presente en el campo, colándose en todos los espacios y entrando en contacto con todos los estamentos del club, la escritura adolece de descripciones, una de las señas de identidad de nuestra disciplina. Raramente vemos a las personas cuyos nombres se suceden en las páginas. Tampoco se nos ofrecen imágenes de los lugares que habitan. Y en demasiadas ocasiones, además, se generan expectativas que no se ven satisfechas. Así, por ejemplo, cuando leemos «Es importante trabajar con él porque posee una perspectiva que me gusta» (p. 40), nunca llegamos a saber cuál es esa perspectiva o qué es lo que de ella le gusta al autor. O cuando dice: «Ahora que ya ha triunfado como futbolista profesional tiene mucho interés leer lo que opinaban sus técnicos sobre él» (p. 255); nunca llegamos a conocer esas opiniones. El lector, la lectora en este caso, se siente frustrada ante estas omisiones del detalle, ya que suponen de hecho una renuncia a profundizar en lo cualitativo del caso. El propio autor refiere a ello en la introducción: «quizás se eche de menos una explicación mayor, pero he optado por dejarlo así aunque el texto pierda calidad literaria y científica» (p. 20). Cantarero ha decidido no editar el diario, dejarlo tal cual se escribió, algo que puede explicar dicha carencia, pero no por ello justificarla. Ha sido el propio autor quien ha convertido el diario en libro, y ya desde la mitad del libro explicita sus intenciones: «Cuando escribo todo esto, me doy cuenta de que este mismo diario se podría convertir en un libro. En él quedaría reflejada la historia del fútbol base durante estos años y mis vicisitudes» (p. 193). Por ello, cabe preguntarse si las decisiones han sido acertadas o no, y si el hecho de tener esa previsión de editarlo no habrá ejercido cierto efecto de autocensura que ninguna de las críticas vertidas sobre el proceder de algunos técnicos o directivos consigue soslayar.
Otra decisión cuestionable y que deriva también de la tensión disciplinar que aquí se pone en juego es la de mantener los nombres de las personas y evitar «por respeto a su privacidad y secreto profesional» (p. 20), hablar de sus problemas o historias clínicas, recogidas según anota el autor en expedientes individuales a los que lógicamente no tenemos acceso. Referir anónimamente los conflictos y preocupaciones que vivían jugadores, entrenadores y padres hubiera enriquecido el texto y mostrado, más que simplemente referido, las tensiones derivadas de decisiones técnicas y directrices del club respecto a sustituciones y despidos. Demasiadas entradas recogen interacciones insignificantes (Me llama por teléfono X, hablo con X, me reúno con X...) que carecen de interés para quien no haya estado directamente implicado en las relaciones que se registran. Presentar los problemas y conflictos que durante 8 años han conducido a jóvenes futbolistas y a sus padres a consultar al psicólogo hubiera ofrecido, sin embargo, un fundamentado retrato de las aflicciones que viven los jóvenes deportistas y sus familias, ampliando el interés por el libro de colectivos no directamente relacionados con el fútbol y la historia del club.
A pesar de estas debilidades, que pueden ser compartidas por renombrados diarios, este libro no solo merece ser leído sino que se disfruta leyendo. Entre la sucesión casi mántrica de encuentros anodinos, aparecen referencias significativas y reflexiones poderosas, algunas excepcionales. En mi caso, siento especial predilección por las listas o relaciones de talantes, deficiencias, comportamientos, capacidades y otros. Hay enumeraciones de, entre otras, actitudes saludables del psicólogo con los jugadores (p. 54), defectos humanos y sus consecuencias (p. 76), acciones de intervención grupal (p. 77) o capacidades que pierde una persona que deja de estudiar (p. 289); algunas de ellas tan exhaustivas que, con la repetición de la forma infinitiva, una entra en una espiral de goce estético similar al que produce leer buena poesía.
Otro de los puntos fuertes de Diario de campo de un psicólogo en un club de fútbol es la miseria de la cultura del éxito que se vislumbra y las consecuencias que eso tiene en la educación de los jóvenes. Hay reflexiones verdaderamente brillantes como la que acaba con la entrada del 20 de junio de 2007: «Lo peor que le puede ocurrir a un niño que es dado de baja en el club es tener que consolar a los padres. Es una inversión de papeles que no debería darse».
También es destacable la reflexión de género que se hace explícita en alguna de sus páginas y que, sorprendente por minoritaria, muestra el desacuerdo del autor con la segregación sexual en el fútbol. Cantarero no considera la ausencia de mujeres justificada ni deseable, obviando con ello la que fue la verdadera motivación del asociacionismo deportivo: la crisis de masculinidad provocada por la irrupción del capitalismo industrial a finales del siglo XIX. El deporte ha sido el argumento más eficiente en la pervivencia de la naturalización de la hegemonía masculina una vez que los varones perdieron la exclusividad salarial. Invertir en entrenar a las niñas las cantidades de dinero que se invierten en los varones y promocionar (o imponer) el deporte mixto sería una verdadera revolución sexual y deportiva. Desgraciadamente, muchas y muchos psicólogos, algunos autodenominados feministas, están promocionando precisamente lo contrario, aduciendo que de ese modo las niñas se sienten «más cómodas» y practican más deporte, como si esto tuviera algo que ver con el deporte en sí y no con otras cuestiones que son las que en principio debieran atajarse.
No quiero dejar de apuntar, por último, la histórica y fructífera alianza entre psicología y antropología, de la que este libro no es sino un ejemplo más. Aunque la deriva clínica de la psicología y el desprecio de la antropología por sus metodologías clásicas —observación participante y descripción densa—, en sustitución de la entrevista y el análisis del discurso, no sean el horizonte idóneo para recuperar la creatividad conceptual que aquella coalición promovía, este libro nos recuerda por qué la psicología ha sido una de las grandes aliadas de la antropología. No creo necesario recordar nombres. Solo un concepto: «doble vínculo», que concreta algunos de los descubrimientos en materia de personalidad a los que llegó Gregory Bateson gracias a su trabajo junto a Margaret Mead en Bali. Simplificándolo mucho, el «doble vínculo» refiere al proceso por el cual los adultos emitimos mensajes contradictorios a los niños y que estaría según Bateson en la base de la esquizofrenia. Si el «doble vínculo» es un movimiento que se recibe, que se interioriza, hay otro movimiento contradictorio que se emite, que se proyecta, y que son esos «dinamismos de ocultación de la insuficiencia o formas opuestas de comportamiento», tal y como parece denominarlos Carlos Castilla del Pino, según recoge Cantarero: «ignorancia por pedantería; cobardía por chulería; impotencia por exhibición; envidia por adulación; indecencia por moralismo» (p. 48). Ya lo dice el refranero: «Dime de qué presumes y te diré de qué careces». Estos dos movimientos, de recepción de mensajes contradictorios y de proyección de los mismos, creo que es algo que recorre implícitamente todo el libro de Cantarero y es lo que hace de Diario de campo de un psicólogo en un club de fútbol un libro recomendable para una antropóloga. El diario cumple con las expectativas planteadas por el autor desde el principio, es honesto, y un valioso registro de las personas y acontecimientos que marcaron la vida del club Zaragoza durante las ocho temporadas que recoge. Esperamos ahora que Cantarero se anime a explorar las dimensiones analíticas que su propia hibridación disciplinar hace posible.
OLATZ GONZÁLEZ ABRISKETA
Universidad del País Vasco (UPV/EHU)
Universidad del País Vasco (UPV/EHU)