En el Periódico de Aragón del jueves 15 de diciembre, Miguel Ángel Ordovás comenta Alud, el primer poemario de Javier Fajarnés Durán que publicamos recientemente en Pregunta. Podéis leer la reseña en línea en este enlace y a continuación:
Varias son las características que resultan llamativas en Alud. La
primera es la asombrosa juventud de su autor, Javier Fajarnés Durán, que
nació en 1997. La segunda, la solidez que demuestra este primer libro,
que desarrolla a través de los poemas un hilo conductor de forma muy
coherente. La tercera, por fin, es la fuerza de sus imágenes, con las
que consigue expresar muy nítidamente una heladora sensación de
incertidumbre existencial. La suma de estos tres rasgos da como
resultado un poemario repleto de interés, que ha publicado Pregunta
Ediciones.
La precocidad de Javier Fajarnés no deja de ser algo
circunstancial; de hecho, pasará con los años. Lo que ya no es tan
anecdótico es el fondo —ni la forma— que contiene su Alud, donde aparece
una visión del mundo y de la existencia dibujada con unos rasgos tan
oscuros como implacables. Quizá como antídoto de este desasosiego surgen
estos versos, tal y como su autor explica en el texto que abre el
libro: «Sé que tarde o temprano llega el frío y con él un recuerdo de
cenizas húmedas. / Quizá por eso prefiero provocar mi propio alud.
Desvirgar la nieve y pisar».
El poemario avanza apoyándose en una sostenida sucesión de imágenes: la nieve, la ceniza, la oscuridad frente a la luz, la naturaleza frente a la ciudad —el espacio desnaturalizado—, los animales, las habitaciones cerradas y muy parecidas a celdas, las manos que siempre se esfuerzan en tocar algo, etc. A pesar de ese alud anunciado se va haciendo cada vez más meditabundo, aunque no parece alcanzar un alivio final: «La vida es tan solo un transitar por estancias; / sopesar, de vez en cuando, algunos volúmenes y formas. (...) / Después, llegan otras manos, y el inevitable ciclo se repite». Pese a todo, merece la pena recorrer el camino que propone Javier Fajarnés, entre sombras y luces que deslumbran.
El poemario avanza apoyándose en una sostenida sucesión de imágenes: la nieve, la ceniza, la oscuridad frente a la luz, la naturaleza frente a la ciudad —el espacio desnaturalizado—, los animales, las habitaciones cerradas y muy parecidas a celdas, las manos que siempre se esfuerzan en tocar algo, etc. A pesar de ese alud anunciado se va haciendo cada vez más meditabundo, aunque no parece alcanzar un alivio final: «La vida es tan solo un transitar por estancias; / sopesar, de vez en cuando, algunos volúmenes y formas. (...) / Después, llegan otras manos, y el inevitable ciclo se repite». Pese a todo, merece la pena recorrer el camino que propone Javier Fajarnés, entre sombras y luces que deslumbran.
Miguel Ángel Ordovás